En este momento de descanso, con tiempo para pensar, disfrutar y prepararse
para continuar, sin la tensión del poco tiempo para preparar las sesiones y
donde los entrenamientos tendrán solo la misión de mejorar aspectos
específicos, miras atrás y ves la película. Repasas las conversaciones
mantenidas con otros colegas y en ellas hay pistas. “Proceso”, Matías, todo es
un proceso.
PROCESO. Conjunto
de las diferentes fases o etapas sucesivas que tiene una acción o un fenómeno
complejos.
ACCIÓN. Acto
de hacer algo, o el resultado del mismo
FENÓMENO. Acontecimiento, suceso o cualidad que
puede percibirse a través de los sentidos o a través del intelecto.
ACONTECIMIENTO. Suceso
de alguna importancia
CUALIDAD. Atributo
positivo de la persona. Cada una de las circunstancias o caracteres naturales o
adquiridos que distinguen a las personas o cosas.
Una temporada de baloncesto, es un periodo de tiempo en el que un equipo
esta sujeto a un proceso, con una sucesión de fenómenos en la cotidianeidad de los
entrenamientos, que llevan irremediablemente a la obligación de aplicar ciertas
acciones para que incidan en las cualidades de sus miembros, con el fin de llegar a un “acontecimiento”.
Una de esas acciones, sin duda es la exigencia de una gran ética de trabajo.
No existe el acontecimiento sin el proceso. Las cosas no ocurren por
inercia. Es necesaria la intervención de ciertos agentes sobre ese
proceso, con el fin de controlar y fiscalizar el modo y la velocidad a la que
se suceden los fenómenos que hacen crecer al equipo en su trayectoria hacia ese
buscado “suceso importante”, así como las acciones necesarias para que
el proceso avance a buen ritmo. Esos agentes son los entrenadores.
Aquel, sea cual sea su estatus, que tenga que ver a cualquier nivel con el
baloncesto o con cualquier deporte de competición organizado, se equivoca al
pensar que un deportista, un día, por el mero hecho de que haga más o menos
calor, o porque simplemente tocaba, pase de hacer las cosas mal o normal a
hacerlas mejor o bien.
De nuevo la “ética”. Los entrenadores no padecemos de mala ética de
trabajo. Siempre estamos al 200%. Nunca nos reservamos para otro momento ni
dosificamos nuestros esfuerzos. No entendemos un entrenamiento al 50% a no ser
que así lo dicte la planificación del preparador físico. No escatimamos tiempo
en el estudio del rival, no reservamos ejercicios para otra liga u otro año, no
paramos de inventar. No tiramos piedras sobre nuestro tejado. No nos quejamos
porque jugamos poco, o porque no jugamos. Tendemos una mano en forma de ánimo
a quien las cosas no le van demasiado bien para que cambie la tendencia.
Entendemos y aceptamos que se falle incluso una entrada a canasta o que haya un
error defensivo que cueste el partido, porque sabemos que es todo el equipo el
que tiene responsabilidades sobre ello. Reprobamos cuando es necesario, pero
como parte de nuestro trabajo y con el objetivo de que el equipo mejore.
Nosotros no salimos en las estadísticas. Valoramos en todos los partidos
“0” o “-1” si hay técnica.
Tener las armas para controlar y actuar sobre ese proceso, atesorar la
capacidad de abstraerse a los sentimientos propios, ser capaz de hacerse cargo
de algunas reacciones ajenas y saber entender y gestionar un mal momento, no es
algo que pueda hacer cualquiera.
¿Eres entrenador? Enhorabuena.
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