Salvo de la liga ACB y solo en alguna ocasión, no había tenido oportunidad
de vivir un partido desde la grada, que resultara definitivo por ascender a una
categoría superior. Haber tenido la suerte (tengo un amigo que no cree en la ella), de disputarlos actuando como entrenador, en la arena, rodeado por los que son los protagonistas: los jugadores, sin duda
ha contribuido a que no conociera qué es, haciéndolo rodeado por los
aficionados. Sin embargo no he podido evitar tener las sensaciones que tiene el
entrenador en este tipo de citas. Es extraño y a la vez resulta...tan familiar.
Por un lado, estás rodeado por gente completamente desconocida, salvo mi
acompañante, armando mucho ruido con sus cánticos, tambores y trompetas,
agitando sus banderas y un continuo ir y venir. Increpando al rival, intentando
condicionar a los árbitros en sus decisiones y celebrando cada canasta propia a
la vez que lamentando las del rival y desconectando por un momento en los
tiempos muertos. El descanso entre cuartos y entre la primera parte y la
segunda, es para ir al baño y al bar.
Por el otro, no solo conocer al dedillo a quien tienes a tu lado, sino
saber perfectamente donde esta sentado, ser capaz de no escuchar ese ruido,
simplemente porque en el universo en el que te mueves, no existe. Silencio
absoluto. Solo oyes las sabias palabras de tu otro cerebro que con tus otros
ojos ha visto o pensado algo importante y te lo transmite. Y quietud por la
concentración, alguna que otra toalla o camiseta se mueve, pero poco más y
todos en su puesto listos para saltar a la pista. Respeto por el rival y
lamentando en silencio las señalizaciones arbitrales que son adversas, así como
ratificando con gestos las favorables, aumentando la concentración en los
tiempos muertos y recomponerse y reenfocar en los descansos entre cuartos y
períodos.
Mi cara de niño experimentando algo, lógicamente, arrancó de quién me
acompañaba, quién si tiene experiencia y mucha en esas lindes, un: “¿No sabes
lo que es estar aquí, eh?” “Yo ya lo echaba de menos”.
En lo que si coincidía toda persona que se hallaba en aquel pabellón, es
que el momento que estaban viviendo, por supuesto de distinto modo, iba a ser
único. El que juega, dirige o asiste a ese partido, el definitivo, el que tiene
un gran objetivo en juego, lo saborea consciente de lo complicado que es poder
estar ahí en ese momento y con una
ilusión común y sabedor de que puede que sea la última vez que pueda vivirlo
en el mismo papel. En esto: público, árbitros, jugadores y entrenadores,
estamos todos iguales, coincidiendo incluso en el móvil que nos ha llevado a
congregarnos allí: todos amamos el juego.
¡Ay¡ de aquel que infravalore el momento y que no viva cada segundo al
máximo, pues lamentará habérselo perdido. Para siempre
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