BÀSQUET

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diumenge, 29 de novembre del 2020

LA NORMALIDAD



Muchos meses han pasado ya desde aquel 10 de abril en el que, con un post, quería simular estar en el descanso de un partido, esperando que el arbitro pitara 3' para reanudarlo. Nunca pasó. No quedó más remedio que darlo por acabado. El partido, la temporada y algún ciclo. Observar expectantes la evolución de todo y esperar... esperar i esperar. Dicen que estar convencido que todo es cuestión de tiempo, no facilita el impás, pero ayuda a controlar la ansiedad. 
Fueron muy largos los 3 meses de confinamiento. Las reuniones virtuales con los jugadores (algunos de ellos), sirvieron para mantener las fisonomías en la retina y los tonos de voz (cambiantes en la mayoría de casos), la cercanía con la que un equipo está acostumbrado a trabajar. una cercanía que, de momento, no ha vuelto a ser igual. Tal vez no vuelva a serlo nunca, pero tal vez si y si no perdimos la esperanza cuando peor estaban las cosas, no tenemos porque hacerlo ahora.

Como aprovechamiento, pero que ni tan mal, en cuanto a baloncesto se refiere, fue el reciclaje, el aprendizaje, el almacenaje de nuevos ejercicios, modos y filosofías de trabajo que a diario me imponía. Cerca de 50 clínics, charlas y entrenamientos de entrenadores referentes llenaron esos tres meses, parando solo ante la pérdida del horizonte. Todos necesitamos un horizonte que nos haga mantener la cabeza alta y que de sentido a lo que hacemos, más allá de cuanto nos pueda gustar, aprendes para ser mejor, pero si enseñas lo haces para enseñar, entrenas para competir y compites para ganar.

Recuerdo los primeros entrenamientos individuales a varios jugadores de varios clubes en Porreres. Las piernas no podían con el empuje de la cabeza y el corazón, de ahí que una sesión de 70' me dejara destrozado, pero era lo que podíamos hacer. Los jugadores con ganas de trabajar lo agradecían y nosotros... pues ya lo creo que también. Pero lo que más recuerdo son algunos reencuentros. Abrazos "prohibidos" en los que la cabeza no participó para nada y los sorprendentes cambios físicos de casi todos ellos. Volver a una pista para entrenar fue... brutal. 

Pero todo, absolutamente todo lo que se podía hacer era entrenar, sin contacto, sin compartir el balón y en grupos no mayores de 6 individuos, lo cual, siendo mucho desde donde veníamos, mantenía nublado el horizonte del que hablábamos antes. No había llegado el verano y el preceptivo parón (que en este caso atendería más a una cuestión de calor que a la necesidad de descanso), cuando hacia ya unos dos meses que se había reanudado la actividad en diferentes formas (cada ayuntamiento decidía sobre ello). Y el parón llegó. Justo después de conocer a los jugadores que iban a formar parte de los diferentes grupos con los que trabajaría a partir de mediados de agosto.

La re-entré a los entrenamientos no oteaba un horizonte donde había un parón de verano. El trabajo en las pistas de entrenamiento debía ser acompañada con uno de transmisión de tranquilidad y sosiego respecto a ese horizonte que todos esperábamos, sobre todo ellos: La competición.

Ahora que ya estamos inmersos en ella, aunque todavía pendientes de mantener de forma muy disciplinada, unas normas de seguridad nuevas para todos (o por lo menos a las que algunos aun nos estamos acostumbrando) todos nadamos en una suerte de liquido amniótico que resulta de la combinación de entrenamientos y partidos el fin de semana. 

No podemos decir que hayamos alcanzado una normalidad como la de hace 9 meses, faltan cosas para que podamos considerarlo así. Pero son cosas que no sabemos si volverán. Tal vez ya siempre tengamos que estar en los banquillos con mascarilla, no podamos saludar al otro equipo después de un partido, podamos celebrar un reencuentro, una canasta o una victoria como hacíamos antes, pero visto lo visto lo realmente importante es que podamos hacerlo, no como. 



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